Ya a temprana edad mostró interés por todo lo referente al arte, él mismo se recuerda con siete años revisando unos libros que había en su casa paterna de los cuales solamente miraba las fotografías de dos cuadros que llamaban su atención: " El Infierno" tabla derecha del tríptico “El Jardín de las Delicias” de El Bosco y " Máquina de coser electrosexual " de Óscar Domínguez. Más tarde descubrió a Picasso y se encontró un mundo desconocido para él, un mundo que le abriría los ojos al conocer la existencia de Dalí y de los surrealistas tanto en el ámbito nacional como internacional. Supo, en ese instante, que quería dedicarse a la pintura.
Su paleta, de vivo colorido, consigue introducirnos en un universo muy personal, en un mundo con una gran simbología que a nadie deja indiferente, amplios espacios abiertos que transmiten al espectador gran sosiego y paz; sus mares, lejos de ser bravíos como en nuestras costas gallegas, son de una aterciopelada superficie en calma cuya inmensidad se desliza, e incluso levita, sobre una arena desértica en la que sitúa todos los elementos que simbolizan, oníricamente, los anhelos y sueños del autor.
Es de destacar cómo con pocos elementos consigue unas composiciones directas, precisas, demostrándonos cómo su situación está arduamente estudiada, con un trazado limpio y preciso denotando, a su vez, la importancia de un estudio previo y un boceto de la composición, pues podemos observar que nada está situado al azar.
Elemento importante también, dentro de sus composiciones, son las mujeres, a las cuales traza y trata con suma delicadeza, seres enigmáticos que, dentro de la serenidad que nos muestran, mantienen su incógnita mirada en un horizonte fuertemente marcado, amplio delimitador de los grandes espacios, haciéndonos cómplices y partícipes de cada cuadro, logrando que nos sintamos cercanos al misterio de sus protagonistas preguntándonos hacia dónde van, tanto ellos como sus miradas, y, por supuesto, sus pensamientos.